España. El 18 de julio de 1936 se levanta la mayor parte del ejército en connivencia con buena parte de las instituciones y fuerzas políticas republicanas. Azaña y otros capitostes republicanos preparan una negociación. Bajo el baile de llamadas y notas, el difícil acomodo de los distintos sectores de una burguesía que no acaba de fundirse en el nuevo capitalismo de estado impulsado por la gran banca y el alto funcionariado. Por si fuera poco, las tendencias centrífugas son azuzadas por las potencias imperialistas del momento. Pero al día siguiente, 19 de julio, grandes masas de trabajadores salen espontáneamente a la calle sin esperar el permiso de sindicatos y partidos, toman por asalto los cuarteles, se arman y derrotan la intentona en medio país. Al hacerlo destruyen no solo la trama militar golpista, le pegan un mazazo terrible al estado republicano y sus instituciones de gobierno.
A partir de ahí y hasta mayo de 1937, la burguesía española tratará de reconstruir el estado desde un «Frente Popular» reorganizado como «Comité de Milicias» y desde la «Generalitat» catalana, transformando las milicias obreras en ejército regular y trocando la lucha de clases en lucha «antifascista» por la defensa del estado burgués republicano. La trampa es captada por los internacionalistas de la época: Munis y los restos de la Izquierda Comunista Española verán una revolución española; la Izquierda Italiana entenderá que el proletariado está globalmente derrotado y que el encuadramiento «antifascista» es el último acto preparatorio de una nueva guerra mundial imperialista. Pero a pesar de las diferencias lo que había sido la izquierda de la III Internacional denuncia que el falso dilema «fascismo-antifascismo» es el arma de la burguesía para derrotar ideológicamente y encuadrar a los trabajadores en una guerra entre fracciones de la burguesía.

Ribbentrop y Stalin en la propaganda nazi, que saludó a este como una «inspiración» y mostró orgullosa la nueva alianza.

Cuerpos calcinados por las calles y una ciudad arrasada, todo lo que quedó de Dresde, una ciudad santuario para heridos y desplazados. Churchill ordenó los bombardeos para evitar a Hitler una revuelta obrera que pudiera abrir un foco revolucionario.
La coincidencia criminal entre el bando fascista y el antifascista tiene su monumento sin embargo en Alemania. El bombardeo masivo de «ciudades santuario» sin objetivos militares como Dresde (cuarenta mil personas muertas bajo las bombas incenciarias) partió de una orden directa de Churchill que, viendo la situación en Italia, dio por objetivo evitar levantamientos obreros y rebeliones de poblaciones obreras desplazadas, soldados heridos y desertores, como las que habían acompañado a la revolución de febrero de 1917 en Rusia. Churchill salvaba así a Hitler de tener que gastar fuerzas en la represión interna… porque no se fiaba de su capacidad para ejecutarla eficientemente.
El antifascismo de hoy

El antifascismo ha pasado al underground y se pretende «radical» pero sigue llamando a una defensa «radical» de la democracia.
Eso no quiere decir que no le de uso a pequeña escala. Con la descomposición social proliferan las mafias y aparecen formas descompuestas de la pequeña burguesía que, por si no fuera bastante odiosa en su lumpenización, la agrava con simbología y estéticas de la nostalgia nazi-fascista. Ni siquiera hace falta que, como «Casa Pound» en Italia, tengan veleidades teorizantes. Basta la estética criminal del fascismo y la brutalidad del lumpen para que el estado pretenda tener un interés común con los trabajadores a los que ha empobrecido al límite. Una y otra vez, con cualquier excusa, así sea un aniversario, se dirigirán al descontento y el desconcierto de los jóvenes de nuestra clase para indignarles con imágenes repugnantes de lumpen nazi asesinando y amendrentando. Esperan así derivar su rabia a la batallita callejera y el pandillerismo. Y si fuera poco bajo las banderas de la defensa la verdadera democracia. Como si la democracia existente o una eventual proclamación republicana pudieran llegar a ser distintas de lo que fueron históricamente: el gobierno de la burguesía, el sometimiento, la pobreza y la guerra para los trabajadores.
A distintas escalas, el antifascismo era veneno en los treinta y es veneno ahora.